Los hermanos.
La reunión estaba en marcha. El tintineo de los vasos con whisky resonaba en el interior.
Las risas se alzaban: unas bajas, otras más intensas, pero Dante no reía. La incomodidad lo abrumaba. En otro momento todo habría sido normal para él, pero ahora no lo era.
—Mataste a un tailandés. Le hiciste un trabajo a un colega de tu padrino... —dijo uno.
—¿Y qué...? —lo interrumpió Dante, seco.
—Tienes que dejar las vacaciones y volver al trabajo. Te necesitamos. Ya que andas haciendo trabajitos por otra parte—ambos se miran con visible odio.
—Estoy aquí porque mi padrino dio la orden, no porque quiera—replicó con frialdad.
—Oh, pensé que querías estar en casa. Digo, considerando que andas de amoríos con la hija de Emiliano Thunder... —agregó con malicia, antes de dar un trago.
—¿Quieres que te asesine, hijo de perra? —espetó Dante, tosco y rabioso.
Ambos se miraron con dureza hasta que el padrino levantó la mano.
—No debemos discutir. Tenemos cosas más importantes de las que hablar. Hay un