Ambos estamos en el comedor. El único sonido es el de los cubiertos rozando los platos a medida que cenamos... o bueno, a medida que yo lo hago.
Actúa como una adulta en algunos aspectos... pero en el fondo, sigue siendo una niña de seis años.
—¿Por qué juegas con la comida? —le pregunto, incómodo.
—No tengo mucha hambre —responde sin mirarme.
Ya lo sé. Está avergonzada. Supongo que también se dio cuenta de lo que sucedió hace un momento.
Somos como un imán al rozarnos; su cuerpo reacciona rápido a mis toques... y yo me prendo con el simple hecho de sentir su aroma.
Como un adolescente en plena pubertad.
Como un imbécil sin remedio.
—¿Te sigues tomando las vitaminas? —no paro de hacerle preguntas.
—Lo había olvidado... —dice entre dientes, y puedo oler sus ganas de huir.
—Búscalas y tómatelas delante de mí —echa la silla hacia atrás, haciendo un sonido desagradable.
Se levanta y va por ellas. Desde que vive conmigo, su aspecto físico ha mejorado, su cuerpo se ve más saludab