Desde aquella noche, algo había cambiado.
Adrián se volvió más distante. Cumplía su promesa de entrenarme, pero su mirada evitaba la mía, como si mis labios aún le suplicaran algo que su razón se empeñaba en olvidar. El fuego entre nosotros no se extinguió, simplemente quedó sepultado bajo capas de orgullo, miedo y silencio.
Yo, en cambio, no podía ignorar lo vivido. La visión de Tristán seguía clavada en mi mente como un anzuelo espectral. Había sentido su presencia. Su voz. Su perfume. No fue un delirio.
¿Fue un adiós?
Las noches siguientes no volví a verlo, pero la sensación de estar siendo observada persistía. Cada vez que pasaba junto al espejo antiguo, algo en mí se detenía, como si mi reflejo ocultara un segundo rostro, una sombra que deseaba hablarme desde el otro lado.
Me obligaba a concentrarme en los entrenamientos, a seguir aprendiendo, fortaleciéndome. Había un propósito en todo esto, una guerra allá afuera que aún no comprendía del todo. Pero nada de eso tenía sentido si