La noche de la luna nueva era una oscuridad casi absoluta, un lienzo de terciopelo negro sin estrellas que el cielo nublado se había encargado de tejer. Era una noche para secretos y depredadores, y nosotros éramos ambas cosas.
Salí del cobertizo con un cubo vacío en la mano, mi excusa era ir al pozo principal a por agua fresca para el "enfermo". Mi corazón martilleaba contra mis costillas, cada latido era un tambor que temía que todo el clan pudiera oír. Mantuve mi paso lento, mi postura encorvada. Era la Omega Naira, invisible, insignificante, dirigiéndose a realizar una tarea servil. Nadie me prestó atención. Los guardias apostados en la plaza estaban más interesados en el calor de su fogata y en sus jarras de hidromiel.
Una vez que estuve fuera de la luz del fuego, me fundí con las sombras. Abandoné el cubo y me moví con una velocidad y un sigilo que habrían hecho que la Naira Omega pareciera un fantasma. Me deslicé por los callejones traseros, un espectro que conocía cada rincón