El estruendo de la taberna pareció desvanecerse hasta convertirse en un zumbido sordo y lejano. El mundo se redujo a la superficie de madera gastada de la barra y a los ojos de Bram, dos pozos oscuros que amenazaban con absorber mis mentiras y dejar al descubierto la verdad en carne viva. Su pregunta no era una simple muestra de curiosidad; era una llave girando en una cerradura. Si le daba la respuesta equivocada, la puerta no solo no se abriría, sino que probablemente me encontraría con una daga en la espalda en algún callejón oscuro antes del amanecer.
"Miente", me ordenó la parte de mí que Ashen había forjado, la estratega fría y calculadora. "Desgárrale la garganta por su insolencia", gruñó Nera, ofendida por el desafío.
Ignoré a Nera. La violencia era una respuesta estúpida aquí. Necesitaba una mentira que fuera más satisfactoria que la verdad. Una historia que un hombre como Bram, un cínico mercader de secretos, pudiera entender y, sobre todo, en la que pudiera ver un beneficio