La oscuridad era total, pero fría. Sentí la piedra helada contra mi mejilla y el olor a polvo de siglos y a papel quebradizo llenando mis pulmones. Por un momento, no recordé nada. Solo existía el dolor sordo en mi cuerpo y un vacío profundo en mi interior, un hueco donde antes había habido calor.
— ¡Levanta! — la voz de Nera en mi cabeza no fue un rugido, sino un siseo urgente, cargado de un pánico que nunca antes le había sentido. — Naira, ¡levanta ahora! —
Con un gemido, intenté moverme. Mis músculos protestaron, débiles y doloridos, como si hubieran librado una batalla extenuante mientras yo dormía. Me apoyé en un codo, la cabeza me daba vueltas. Estaba en el suelo del estudio privado de Rheon. El pasadizo secreto seguía abierto, una boca negra que se tragaba la poca luz que se filtraba en el despacho principal.
— Algo está mal. Algo ha cambiado. — La insistencia de Nera era un taladro en mi mente.
Con un esfuerzo que me costó hasta el último gramo de mi voluntad, logré ponerme de