Mi madre adoptiva se acercó a mí con lentitud.
— Mi niña, necesito que me cuentes sobre la discusión con tu loba. — dijo sacándome de mis pensamientos.
— Es posible que algo más la esté alterando, quisiera que me des tantos detalles como puedas para ver qué puedo recetarles. — continuó ella, asentí levemente y abrí la boca para explicarle, pero apenas había comenzado mi atropellada explicación sobre la lucha interna con mi loba cuando la puerta se abrió de un golpe tan violento que rebotó contra la pared.
Rheon estaba allí, su silueta recortando la luz de la luna, su pecho subiendo y bajando con respiraciones profundas. Sus ojos, encendidos con una furia depredadora, me ignoraron a mí y se clavaron en mi vientre.
También ignoró a Aneira por completo. Dio dos pasos largos que devoraron la distancia de la pequeña habitación y su voz fue un gruñido bajo y peligroso. — Tú... lo he sentido. Un pulso. ¡Los cachorros! ¿Qué has hecho? —
El aire se congeló. El tiempo se detuvo. Su pregunta,