La mañana siguiente al enfrentamiento, me desperté con la nauseabunda certeza de que mi mundo se había encogido, aunque esta vez tenía un propósito y todo era parte de mi plan. El vasto territorio del clan, con sus bosques y claros, se había reducido a las cuatro paredes de mi cabaña. La prueba de ello estaba de pie junto a mi puerta, imponente inamovible.
Se llamaba Zander.
Lo observé a través de una pequeña rendija en la cortina. Era joven, de constitución fuerte, con el rostro severo y disciplinado de un guerrero prometedor. No había nada abiertamente monstruoso en él, y eso lo hacía aún más aterrador.
Pero era él, sin duda. El lobo del informe de Faelan. Joven, de una familia sin importancia, pero con una reputación de ferocidad en el combate que superaba su edad. Un guerrero cuya lealtad a Syrah había sido descrita como una devoción ciega y casi fanática; su perro de ataque personal. Rheon, en un acto de crueldad suprema y calculada, no me había puesto un protector. Me había p