El aire fresco del bosque me golpeó con fuerza al dar el primer paso lejos de Ashen. La luz de la luna, que antes se veía tímida y distante, ahora iluminaba el camino por el que me dirigía. Un brillo plateado, frío y distante, que parecía burlarse de la oscuridad que se aferraba a las raíces y a las piedras del terreno; el sol no alcanzaba a iluminar esas zonas corruptas, pero la luna brillaba con fuerza aunque fuese de día. Sentí la conexión con la Diosa y su mensaje: sobre todo en la oscuridad, una verdadera Luna brilla con fuerza.
Dorian y Ashen ya habían seguido sus respectivos caminos, y aunque no podía verlos, sentía su presencia como una constante. Ambos se habían deslizado hacia sus tareas con la precisión de lobos bien entrenados, y a mí solo me quedaba hacer lo que debía. Todo lo que habíamos hablado, todas las estrategias y planes, ahora tomaban forma en mis pasos, en mi respiración entrecortada.
El pasadizo estaba cerca. Ya lo sabía, porque lo había memorizado en mi mente,