El camino que se extendía ante nosotros no era lo que imaginaba. Las sombras de la noche se alargaban a medida que avanzábamos, y la misma oscuridad que nos había cubierto parecía intensificarse. Aunque Ashen lideraba la marcha, su postura más relajada, no podía ignorar la incomodidad que se había instalado en el aire. Ya no era la simple desconfianza entre él y Dorian, sino la conciencia de que el camino hacia el clan no solo era físico, sino también emocional.
El vínculo que compartíamos, aunque sólido, era un recordatorio constante de las heridas pasadas. Ashen no dejaba de mirar hacia atrás, no por miedo, sino por protección. Dorian, por su parte, había bajado su guardia, pero su mirada vigilante no me pasaba desapercibida. Aunque no lo decía, él seguía evaluando cada movimiento de Ashen. Pero, lo que era más importante, yo sentía que comenzábamos a encontrar un equilibrio.
La distancia entre nosotros tres parecía menos tensa, aunque no completamente relajada. El entorno se volvía