La oscuridad del bosque nos envolvía como un manto espeso. Solo el sonido de nuestros pasos quebraba el silencio, pero la tensión que nos rodeaba era palpable. Ashen caminaba al frente, su postura vigilante, sin apartar la vista del camino. Había algo en su comportamiento que aún no se relajaba, un resto de desconfianza que lo mantenía alerta. Me di cuenta de que no confiaba completamente en Dorian, pero también sabía que Ashen no podría evitar ser quien era: protector, intuitivo y siempre observador.
Dorian caminaba a mi lado, su presencia tranquila, casi demasiado serena para la situación. No podía evitar sentir la diferencia entre ellos: Ashen, el guardián, y Dorian, el hermano que había vuelto después de tanto tiempo. La disonancia entre ambos me pesaba, pero era la realidad que enfrentábamos.
Finalmente, después de un largo silencio, Ashen se detuvo en seco y se giró hacia nosotros.
—Voy a ir adelante —dijo, su voz baja pero firme—. El camino parece despejado, pero no me gusta es