La respiración de Ren era irregular, caliente, vibrando contra el cuello de Hyeon. Afuera, la noche se había vuelto un manto pesado y húmedo; solo la luz tenue de la luna iluminaban sus siluetas entrelazadas. Ninguno de los dos prestaba atención al tiempo.
—Hyeon… —Ren gimió, cerrando los ojos cuando sintió cómo los labios húmedos del otro lo envolvían.
El sonido era erótico, desesperado. Hyeon no solo lo hacía con destreza, sino con entrega, como si cada movimiento de su lengua y cada succión estuviera diseñada para llevar a un límite imposible. Ren no pudo evitar enredar los dedos en el cabello rojo y suave de él, presionando instintivamente hacia adelante, pidiendo más, rogando sin palabras.
—Hyeon, apártate… me vengo.
Pero en lugar de detenerse, Hyeon aceleró, lo tragó con más profundidad, mirándolo con esos ojos que, aunque oscuros, brillaban con un destello peculiar, como brasas encendidas. El contraste entre el placer carnal y la intensidad de esa mirada lo dejó sin aire.