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Alfa y Omega en su diario vivir

Los siguientes días transcurrieron con una mezcla de tensión y momentos de risas nerviosas. Hyeon se mantenía cerca de Ren, observando cualquier señal, cualquier cambio.

Lo sobre protegía sin siquiera darse cuenta. Una tarde, mientras caminaban hacia el comedor, Hyeon decidió arriesgarse.

—Ren, ¿alguna vez has oído hablar de los “segundos géneros”? —preguntó con calma, sin mirarlo directamente.

Renió frunció el ceño, sorprendido.

—Segundos géneros? No lo sé con detalle pero es lo que nos coloca en una línea de la sociedad, lo que marca que seremos el resto de nuestra vida. No prestaba atención a esas clases. Mis padres siempre decían que seria Alfa, todos en mi familia lo son. Puede que ahora sea Omega pero eso cambiará, tengo un primo que nació beta, luego se manifestó como Omega y al cumplir 30 su género cambio a Alfa.

—Es algo que solo unos pocos tienen —explicó Hyeon, tratando de sonar casual—. Es como un género secreto que no se ve a simple vista. Solo tu pareja lo sabe. Alfa, omega, beta…cuando los genes son fuertes al final dominan las feromonas. He escuchado de casos donde el individuo es Alfa y por tener relaciones por detrás se convierten en omegas dominantes. Todo por los flujos y las feromonas.

Ren lo miró incrédulo.

—Ya sabes que soy ¿Y tú qué eres?

Hyeon tragó saliva, sin querer revelar demasiado.

—Digamos que estoy en el grupo que manda —respondió con una sonrisa ladeada, pero sin dar más detalles.

Ren suspir, mezclando incredulidad con algo que pareca curiosidad.

—Yo no creo en esas cosas —dijo, aunque por dentro sentía que todo encajaba—. Pero… ¿y si no cambio a Alfa? Eso me aterra.

—Entonces tendrías que descubrir qué papel juegas —respondió Hyeon con seriedad, pero con un destello de complicidad en los ojos. Yo te amaré como mar.

—No digas esas cosas, me dan escalofríos. Hablas como si yo te gustara. Si mis padres saben que soy Omega y no cambio a Alfa, sería la vergüenza de la familia.

Ren caminó en silencio, procesando la idea. No podía sacudir la sensación de que Hyeon sabía mucho más de lo que decía, y eso lo desconcertaba.

Esa noche, Ren soñó otra vez con aquel hombre que le chupaba la sangre, pero esta vez algo había cambiado. Se sintió más fuerte, más consciente. Y cuando despertó, una nueva sensación le recorrió el cuerpo: una mezcla de miedo y deseo.

Era como un augurio. Cuando despertó tenía una erección. Solo recuerda los ojos de ese hombre. Eran rojos intensos.

—Maldita sea voy a tener que lavar mi ropa interior.

En clases, mientras estudiaban en la biblioteca, Ren se sorprendió a Hyeon tomando notas sobre los segundos géneros, la biología de los alfas y omegas, y cómo los cuerpos reaccionaban ante las feromonas.

—¿Desde cuándo te interesa eso? —preguntó Ren, entre curioso y divertido—te vas a volver loco.

—Desde hace días —respondió Hyeon con una sonrisa—. Pero ahora, me importa más que nunca.

Ren cerró su libro, mirándolo fijamente.

—¿Por qué me estás diciendo todo esto?

—Porque quiero estar preparado —confesó Hyeon, bajando la voz—. Porque tú y yo… somos diferentes. Y eso no tiene que ser malo. Te voy a cuidar bien. Debo saber cuando tengas tu RUT.

Ren lo miró largo rato, luego bajó la mirada.

—Y si no puedo manejarlo? ¿Y si me descontrolo y me acuesto con cualquiera? ¿Y si me llevan lejos y me encierran?

—Entonces estaré aquí para ayudarte —aseguró Hyeon con firmeza—. No estás solo, Ren. Tiene que cruzar por mi cadáver para hacerte sufrir. Nadie te va a llevar.

—Más te vale. Somos como hermanos. Es lo menos que puedes hacer.

Esa palabra "hermano" no encajaba con los planos de Hyeon.

Unos días después, en una clase de biología, el profesor tocó el tema de las manifestaciones y la importancia de los inhibidores. Ren sintió un escalofrío, como si todo lo que había estado oculto a su alrededor estaba a punto de salir a la luz.

—¿Por qué me siento diferente? —murmuró Ren una noche, hablando solo mientras miraba el reflejo en la luna en su ventana—. ¿Y por qué Hyeon parece saberlo todo? Tengo la certeza de que es Alfa. Se puso raro en el río y más cuando chupó mi sangre. Aunque eso es nuevo. En ningún libro había escuchado que el alfa es atraído por la sangre del Omega.

Mientras tanto, Hyeon luchaba con su propio secreto. No podía contarle a Ren que él era alfa, (aunque sospechaba que él sabía algo) quiere darse cuenta de que era responsable de protegerlo y cuidarlo, y que parte de su propia identidad estaba en juego. No quiere asustarlo.

El tiempo pasaba y los dos chicos se acercaban más, unidos por ese lazo invisible que los únicos hacían, especiales.

—¿Sabes? —dijo Ren una tarde, mientras caminaban a las habitaciones del internado—. Creo que sin importar qué seas y no me quieras decir, esto… esto que tenemos, es lo que importa.

Hyeon excitando, sintiendo por primera vez que quizás, solo quizás, podrían enfrentar juntos lo que viniera.

Unas semanas después, salió una resolución nacional. Estaba prohibido tener a Alfas y Omegas juntos si ya estaban en secundaria.

La notificación llegó en plena clase de Biología con la Sra. Song Haejin. Ren apenas había terminado de anotar los apuntes sobre las feromonas de alfas dominantes cuando un alumno de grado superior entró al aula con una expresión seria.

—Ren Jeong —anunció, con un tono que hizo que todos se giraran a mirar—. El rector Seo Juhuan solicita su presencia en la enfermería. Es urgente.

Ren se congeló. Min Jisoo, sentada a su lado, frunció el ceño.

—¿Estás bien? —le susurró, dándole un leve codazo—. No hiciste nada raro… ¿verdad?

Ren negó con la cabeza lentamente, pero en su pecho algo se agitaba. Min Jisoo tomó su mano por debajo del pupitre, intentando reconfortarlo. No funcionó.

—Puedes irte, Ren —dijo la profesora Haejin, con su voz suave pero firme—. Si el rector te necesita, es prioridad.

Bajo la atenta mirada de toda la clase, Ren recogió sus cuadernos y salió. De lejos, Han Taeyang murmuró algo a Yoon Seokmin, que soltó una risa breve pero cargada de tensión.

—¿Será por lo de Hyeon? No se despega de él en ningún momento—preguntó Seokmin en voz baja.

Taeyang se limitó a cruzarse de brazos, sin responder.

La enfermería tenía un aire estéril y extraño ese día. Cuando Ren entró, lo primero que vio fue a la enfermera Kim Eunchae, con su impoluto uniforme blanco, mirándolo desde detrás de sus lentes delgados.

—Pasa —dijo, su voz era como agua fría sobre piedra caliente—. El rector ya está adentro.

Ren entró. Seo Juhuan estaba de pie junto a una camilla. Su postura era firme, como siempre, pero sus ojos miel reflejaban una especie de preocupación que pocas veces mostraban.

—Ren —comenzó, sin rodeos—. Tus padres ya han sido informados. Aprobaron el procedimiento.

— ¿Qué procedimiento? —preguntó Ren, sintiendo que el suelo se le hundía bajo los pies.

—Un chequeo general y estabilización de tus feromonas —intervino la enfermera Eunchae, sacando una bandeja de instrumentos médicos—. Tu organismo ha reaccionado de forma inusual desde que Hyeon te trajo del río. No lo ignoraremos más.

Ren se tensó.

—¿Es por él? —preguntó—. ¿Por Hyeon que me manifesté como Omega?

Seo Juhuan, le sostuvo la mirada.

—En parte. Pero también es por ti. Ha mostrado fluctuaciones peligrosas. Tus padres lo entendieron. Esta mañana hablaron conmigo por videollamada. Con el nuevo código de géneros hay que esperar la última resolución.

Ren bajó la vista. Su madre, Han Miyeon, probablemente había dicho algo como “haz lo que sea necesario, pero que no afecta su imagen pública”. Su padre ni siquiera estaría en la llamada.

Se dejó caer en la camilla, sin resistirse. La enfermera le colocó un brazalete inhibidor de feromonas y una inyección le atravesó la piel como un suspiro. Ren apenas se quejó. Si esa era su solución a su problema no se expondría con tal de que se vuelvan a olvidar de él.

En el comedor, más tarde ese día, el ambiente estaba cargado de rumores. Park Daewon se sentó frente a Jisoo con una bandeja repleta de arroz, kimchi y pollo picante.

— ¿Sabías que lo tuvieron como una hora en la enfermería? —dijo, dando un bocado sin modales—. Y salió con la mirada perdida. Algo traman esos adultos.

—Y ¿qué esperas? —replicó Jisoo, molesta—. Ren es sensato y sus padres prácticamente lo abandonan aquí. Y ustedes lo presionan con tanta especulación.

—¿Yo? Por favor. El que lo presiona es tu novio de mirada ardiente —ironizó Daewon.

Jisoo se sonrojó furiosamente.

—¡Taeyang no es mi novio!

—Podría serlo si dejaras de soñar con Ren. Se ve que babeas por el pero como es de ogro no te atreves a declararte.

Jisoo le lanzó un panecillo a la cara.

En otra mesa, Taeyang observaba desde lejos. Masticaba con lentitud, con el ceño fruncido. Lee Rion, sentado junto a él, mantenía la mirada fija en la ventana, como si viera más allá del horizonte.

—Hyeon no ha comido hoy —dijo Rion, sin girarse—. Su presencia... es cada vez más pesada. Da miedo. Ya nadie se puede acercar a Ren.

—¿Pesada?

—Como si algo estuviera tratando de liberarse dentro de él. Da la impresión de que sea Alfa. Y actúa como si Ren fuera su Omega.

Taeyang lo miró de reojo. Sabía que Rion tenía esos momentos extraños, casi proféticos. Le incomodaban.

—Yo solo quiero saber qué hace ese tipo cerca de Ren. No me gusta a pesar de que llevan años metidos aquí —murmuró Taeyang mientras se lleva un sándwich a la boca.

—Tú tampoco le gustas a Ren cuando estás así —comentó Rion con calma.

Horas después, en clase de Historia Universal con el profesor Lym Dongwoo, Ren regresó a su lugar habitual, junto a Min Jisoo. El aula olía a incienso, como siempre, y las persianas estaban medio cerradas, dando un aire solemne.

Hyeon tenía su cabeza entre sus brazos recostado de su pupitre. No se molestó en levantar su cabeza.

—Hoy hablaremos de las antiguas dinastías que pactaron con criaturas de oscuridad —empezó el profesor, sin preámbulos—. En especial, la casa de los Sangyeon, cuyos descendientes fueron marcados por una maldición de sangre.

Ren sintió un escalofrío.

— ¿Los Sangyeon eran demonios? —preguntó un alumno desde el fondo.

-No. Eran humanos que se entregaron al poder para proteger sus reinos. Pero el precio fue su alma.

Hyeon, sentado detrás, alzó la vista por primera vez. Sus ojos grises se destellaron brevemente. El profesor Lym lo miró por unos segundos. Luego, prosiguió.

Ese chico de mirada plateada y pelo rojizo le daba escalofríos y no sabía el porqué.

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