Atracción dulce como la miel

Tomó la mano herida entre las suyas, observó el corte que aún sangraba, y antes de que Ren pudiera protestar, llevó su dedo a la boca por instinto y lo chupó con suavidad. Su lengua rozó la piel con un instinto casi animal, y el sabor metálico lo sacudió.

Fue como encender una chispa en gasolina.

La sangre de Ren lo impregnó de golpe, como una oleada caliente que le recorrió el cuerpo. El aroma, dulce y único, le toca los sentidos. Sus pupilas se dilataron. Un calor feroz nació en su abdomen.

Se sintió más excitado que nunca. Sus feromonas salieron de golpe.

Ren se quedó quieto, paralizado, el rostro enrojecido, con sus ojos fijos en los de Hyeon.

—Q-qué… ¿haces? —preguntó con voz temblorosa, y jaló la mano hacia sí, retrocediendo en el agua.

Hyeon parpadeó, reaccionando de golpe. Se limpió los labios, desviando la mirada como si nada hubiera pasado.

—Bah, exageraciones. Era solo un rasguño. Diez más cuidado, tonto. Será mejor que regresemos.

Pero Ren no dijo nada. Mientras caminaban de regreso, aún empapados, algo dentro de él comenzó a desestabilizarse. Sentía el cuerpo ardiendo, una presión en el pecho, un calor subiendo por la columna como vapor.

Sin darse cuenta, las feromonas comenzaron a escapar de su piel. Lentamente. Desesperadas.

Hyeon las sintió al instante. Se detuvo en seco y lo miró de reojo.

—Ren… —murmuró con la voz más grave—. ¿Desde cuándo…hueles tan dulce?

Ren solo lo miró, pálido, sin saber qué hacer. Quería negar, quería fingir que no lo sentía, que no estaba ocurriendo. Pero era tarde. El lazo había comenzado a manifestarse.

Cuando llegaron al instituto, el rector —quien también era padrastro de Hyeon— los estaba esperando en la entrada principal. Los ojos del hombre se posaron directamente en Ren, olfateando el aire como un sabueso. Debía estar muy pendiente de él. Y más de Ren que está a su cuidado y por el que le pagan mucho dinero.

—Papá creo que Ren está enfermo. Se cortó en el río.

—Tú… —murmuró con severidad.

Llamó al médico de inmediato. Nadie discutió.

Ren fue examinado en una sala privada del ala médica. Luego de curar su dedo tuvieron que hacerle análisis, el aroma que desprendía no era normal. El resultado fue claro: su manifestación como omega había sido confirmada, ya no se convertiría en alfa. El olor era tenue aún, pero bastaba para que alfas sensibles como Hyeon lo notaran.

—Es un omega —dijo el médico, sin mirar a Ren a los ojos—. Pero está en una etapa temprana. Podemos inhibirlo por ahora.

El rector.

—Hazlo.

— ¿Es realmente necesario? —preguntó Hyeon, por primera vez incómodo.

—Lo es —respondió el hombre con frialdad—. Si no queremos que todo el instituto lo sepa y lo clasifiquen como un objeto sexu@l, esto mantenerse debe en secreto. No quiero escándalos ni dramas inútiles. Nadie más debe saberlo. Además es la ley nacional y no se puede romper.

Hyeon salió por un momento, no podía soportar el olor, sentía como si quisiera comerse a Ren.

El inhibidor fue aplicado. Un líquido denso, azulado, que se inyecta directamente en el cuello de Ren. El dolor fue mínimo, pero el vacío que sintió luego fue profundo. Como si algo dentro de él hubiera sido silenciado.

—Cuando salgas dile a Hyeon que venga también.

—De acuerdo rector.

Más tarde, Ren salió de la enfermería sin decir una palabra. Camino en silencio por el pasillo de las blancas. Hyeon lo esperaba en la salida, apoyado contra la pared, con las manos en los bolsillos.

—¿Estás bien? —le preguntó, sin acercarse.

Ren ascendió. Aunque no podía mentirle del todo.

—Gracias por... esperar aquí.

—No tienes que agradecerme. —Hyeon lo miró fijamente—. Pero no creas que esto termina aquí.

Ren lo miró, nervioso.

—¿A qué te refieres?

Hyeon se acercó, lo suficiente como para que su voz fuera un susurro:

—Me refiero a que ahora sé lo que eres… y sé cómo hueles. Y eso no se borra con una jodida inyección.

Ren tragó saliva.

—No me metas en problemas, Hyeon. Tu papá dice que entres.

— ¿Quién habló de problemas? —Hyeon sonriendo, y sus ojos brillaron como si acabara de ganar algo que no sabía que deseaba—. Solo digo que... es imposible olvidar algo que huele tan bien.

Ren se estremeció, bajando la mirada, y sin decir una palabra más, se alejó.

Pero Hyeon no se movió. Solo lo miró marcharse, con los labios apenas curvados.

Había empezado algo. Y lo sabía.

El silencio en la enfermería era denso, casi palpable. El médico, con una expresión seria, apartó la mirada de Hyeon para observar al rector.

—Señor —dijo con voz grave—, tras realizar las pruebas correspondientes, podemos confirmar que Hyeon es un alfa dominante. Parece que cuando Ren se manifestó fue culpa de las feromonas alfa de Hyeon.

Hyeon sintió cómo se le aceleraba el corazón, pero también un extraño alivio. Algo dentro de él se encajaba finalmente en su lugar.

—¿Soya alfa? —murmuró, apenas creyéndolo.

El rector asintió con una sonrisa apenas perceptible, pero firme.

—Sí, y eso explica la reacción que tuvo al entrar en contacto con las feromonas de Ren. Por eso pudo acercarse sin perder el control.

El rector tomó su móvil y lo marcó rápidamente. La llamada fue breve, formal y tensa.

—Señores Jeong, soy el rector del instituto. Les hablo respecto a su hijo Ren... hemos confirmado que es un omega. Quisiera discutir con ustedes cómo proceder con el tratamiento y las medidas para su bienestar y privacidad.

Mientras hablaba, Hyeon le hizo señas que se iba y su padrastro avanzaba.

Al día siguiente, Ren se apresuraba por el corredor, maldiciendo en voz baja su sueño interrumpido y la sensación incómoda que le había dejado la noche anterior. Una vez más, aquel sueño extraño con el hombre desnudo que le chupaba la sangre había regresado a atormentarlo, y ahora, sin embargo, algo más le pesaba en el pecho.

—¡Ren, apúrate! —le gritó una voz familiar detrás de él. Era Hyeon, que con su puerta tranquila y sonrisa despreocupada parecía ajeno a cualquier tipo de preocupación.

Ren se detuvo por un momento para recuperar el aliento, y Hyeon alcanzó su lado.

— ¿Otra vez con esos sueños raros? —bromeó Hyeon, observándolo con esos ojos oscuros que parecían saber más de lo que decían.

Ren puso los ojos en blanco, tratando de mostrarse indiferente.

—No es nada. Solo pesadillas toneladas. —Pero la voz le sonó menos convincente que de costumbre.

Hyeon lo miró con una sonrisa ladeada, consciente de lo mucho que Ren intentaba ocultar.

—Sabes, los sueños pueden ser señales —comentó, y se agachó para recoger un lápiz que Ren había dejado caer—. Quizás deberías prestarles más atención.

Ren negó con la cabeza, murmurando un "no es para tanto" que nadie se creyó.

La campana sonó justo cuando ambos entraban al aula, y se sentaron uno detrás del otro, como de costumbre. Ren se enfocó en la clase, pero no pudo evitar sentir la mirada curiosa de Hyeon sobre su nuca.

En el recreo, cuando los demás se dispersaron, Hyeon se acercó y apoyó un codo en la mesa donde Ren estaba absorto mirando su teléfono.

—Vamos, dime qué es eso que no quieres contarme —le dijo con tono juguetón—. Sé que es algo más que solo sueños raros.

Ren suspir, esquivando la mirada.

—No es nada, de verdad. —Pero la mentira era débil, y Hyeon lo sabía.

—Oye —replicó Hyeon—, sabes que puedes confiar en mí.

Ren miró a su amigo, y por un instante, pensó en decir la verdad. Pero el miedo a ser juzgado o etiquetado le cerró la boca.

—Está bien —susurró finalmente—. Es solo que a veces siento que… algo dentro de mí cambia. Y ahora soñé con un chico de pelo rojo.

— ¿Cambios? ¿Pelo rojo?—preguntó Hyeon, curioso—. ¿En serio?

—No sé —dijo Ren, bajando la voz—. Como si tuviera que esconder algo, o que me están observando todo el tiempo.

Hyeon lo observó con atención, sabiendo que su secreto era más grande que cualquier sueño extraño. Él sabía que Ren manifestó su esencia omega. Pero Ren no sabía que Hyeon era alfa.

—Tal vez no seas el único que tiene esos sueños —dijo Hyeon con una sonrisa leve, intentando aligerar el ambiente—. Yo también me siento raro últimamente. Y sueño estupideces.

Ren levantó la cabeza, interesado.

—¿En serio? ¿Qué te pasa?

Hyeon fingio pensarlo un momento y luego soltó una carcajada.

—Nada que una buena siesta no cura. —Pero por dentro, su mente corría. Tenía que proteger a Ren incluso de él mismo.

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