La noche había caído sobre la ciudad, derramando un velo de luces artificiales que competían con las estrellas. Valeria, envuelta en un abrigo camel que resaltaba la esbeltez de su figura, se detuvo frente a un edificio residencial de fachada sobria y elegante. No era el motel barato donde, según los rumores, Facundo escondía su vida paralela. No. Este lugar respiraba otra cosa: clase, poder, refinamiento.
El portero la saludó con una cortesía inusual, como si supiera que estaba entrando en terreno de alguien importante. El ascensor la condujo hasta el piso catorce, donde una puerta de madera oscura se abrió incluso antes de que ella tocara.
—Bienvenida —dijo la voz profunda de Facundo, esa voz que parecía vibrar en el pecho como una nota grave de violonchelo.
Valeria entró y sus ojos recorrieron el apartamento: amplios ventanales con vistas a la ciudad iluminada, sofás de cuero italiano, una mesa de cristal con esculturas minimalistas. Todo estaba dispuesto con un gusto impecab