La puerta del jet privado se cerró con un golpe metálico suave, amortiguado por la cabina insonorizada. El rugido de los motores comenzó a subir de intensidad, llenando el aire de un zumbido que vibraba en el pecho de todos los presentes. Clara, sentada junto a la ventana, se acomodó la bufanda que Mateo le había colocado antes de abordar. Sus manos acariciaban la tela con una mezcla de nervios y emoción. Nunca había viajado en un jet privado, y mucho menos hacia un país tan lejano, al corazón mismo del pasado que atormentaba a su esposo.

Mateo, frente a ella, se mantenía con los brazos cruzados y la mirada clavada en el suelo. Su postura lo delataba: hombros tensos, mandíbula apretada, ojos sombríos. No había dicho casi nada desde que subieron a bordo. El regreso a Ucrania no era para él un viaje cualquiera. Era un salto al vacío hacia recuerdos que había jurado sepultar. Clara lo miraba de reojo, con ternura y preocupación, intentando descifrar sus pensamientos, pero respetando su