La mañana amaneció cubierta por una neblina espesa. Clara intentó darle normalidad al día: preparó café, cortó frutas y dejó todo servido en la mesa. Pero, por dentro, sentía un nudo en el estómago. La conversación de la noche anterior con Mateo aún pesaba sobre ella.
El teléfono vibró en el comedor. Mateo, que apenas había probado el café, lo tomó de inmediato. Su rostro se tensó al ver el número en la pantalla.
—Otra vez… —murmuró con rabia apenas contenida.
Contestó. Su voz, grave y quebrada, retumbó en el pequeño espacio del apartamento.
—Чого ти знову телефонуєш? Я сказав, що більше нічого не хочу мати з вами.
(¿Por qué vuelves a llamar? Te dije que no quiero tener nada más que ver con ustedes.)
Del otro lado, la voz cansada de un hombre mayor respondió con tono implorante:
—Матвій, це твій дядько. Послухай мене. Твій батько помилявся, але завжди знав, що ти його син. Він ніколи не зміг любити твою матір, і це його зламало. Він бачив її в тобі,
(Matviy, soy tu tí