Las palabras de Raúl cayeron como un rayo en la sala de juntas.
Los empleados guardaron silencio absoluto, aunque en sus rostros podía leerse una mezcla de miedo, sorpresa e indignación. Nadie quería ser señalado, pero todos sabían que el círculo de sospechosos no era tan amplio.
Una de las primeras en reaccionar fue Mariela Gómez, ingeniera con diez años en el bufete, conocida por su carácter frontal.
—Con todo respeto, Raúl —dijo, poniéndose de pie—, aquí todos sabemos quién tuvo acceso completo a los documentos. Ninguno de nosotros manejó toda la información del proyecto salvo Valeria.
Las miradas se giraron de inmediato hacia ella. Valeria, impecable como siempre con un vestido azul oscuro, se llevó una mano al pecho fingiendo sorpresa.
—¿Perdón? ¿Me están acusando a mí?
Mariela no bajó la voz:
—Desde que llegaste, lo único que has hecho es sembrar discordia. Todos aquí hemos trabajado día y noche para que este proyecto salga adelante. Y tú… tú eres la única que podí