El Hotel Swift relucía como una joya arquitectónica en medio de la ciudad. Alfombras gruesas en tonos borgoña apagaban el ruido de los pasos; lámparas de cristal colgaban en hileras brillantes que iluminaban el vestíbulo. El aire olía a madera encerada y a perfume caro. Todo estaba dispuesto para recibir a los seis bufetes finalistas que presentarían sus propuestas para la licitación del Puerto de Costa Verde, una de las obras privadas más ambiciosas de los últimos años.
Raúl y Ernesto, acompañados de la arquitecta que había tenido la brillante idea de unificar los proyectos, se encontraban en un salón privado, revisando por última vez los planos impresos, las simulaciones y las maquetas digitales. El silencio era denso; solo se escuchaba el roce de hojas y el tecleo de la laptop. Aunque intentaban mostrarse serenos, en sus miradas había un brillo tenso: sabían lo que estaba en juego.
El reloj marcaba las nueve en punto cuando los ministros comenzaron a llegar. Ministro de Ambient