La puerta de la cabaña se abrió de un golpe, pero no fue un guardia ni un enemigo quien entró. Fue Rheon.
Su furia se había disipado, reemplazada por una calma gélida que era, de alguna manera, más inquietante. Su mirada me buscó, y en ella vi una mezcla de agotamiento, resolución y una posesividad renovada que me erizó la piel. Había dictado sentencia, había reafirmado su poder, y ahora venía a reclamar su papel de mate protector.
— Dorian, Aneira — dijo Rheon, su voz estaba cargada con un tono de autoridad que no admitía réplica. — Gracias por cuidar de mi Luna. Ahora nos retiramos. Deseo hablar con ella a solas.
Dorian y Aneira intercambiaron una mirada rápida conmigo. Un asentimiento casi imperceptible de mi parte fue toda la señal que necesitaron. Se inclinaron respetuosamente ante su Alfa y nos escoltaron fuera de la cabaña en silencio, cerrando la puerta tras ellos y dejándome sola con el monstruo.
— Ha terminado — dijo, tomando mi mano mientras comenzaba a caminar, su voz reso