Aneira abrió la puerta en el momento justo, pues daba la impresión de que la pobre no aguantaría mucho más.
—Lo siento… —dijo la anciana tratando de sonar despreocupada—. Tengo demasiadas hierbas de camino y me costó llegar. —pero su voz fue opacada por un gruñido feroz, y sentí la presencia de Rheon entrando de golpe en la cabaña.
—¿Qué está pasando aquí? —rugió mi mate.
Su furia era una fuerza física que aplastó la calma de la pequeña habitación. Su mirada, ardiente y letal, pasó por encima de Aneira y Dorian, y se clavó en mí. No estaba simplemente enfadado. Estaba buscando la fuente de una perturbación, un cazador rastreando a una presa herida que de repente había mostrado los dientes. Sabía, con una certeza helada, que la oleada de rabia asesina que había sentido al oír la mentira de Syrah se había filtrado a través de nuestro vínculo y lo había traído hasta aquí, pero intenté por todos los medios verme sufrida.
Dorian, fiel a su palabra, reaccionó al instante. Se interpuso parci