El eco de mi promesa de venganza aún flotaba en el tenso silencio de la cabaña. Rheon, arrodillado frente a mí, permaneció inmóvil un segundo más, su mente procesando la tormenta que yo había desatado. Luego, lentamente, se puso en pie.
La transformación fue aterradora. El dolor y la confusión de su rostro se desvanecieron, reemplazados por una máscara de furia helada y un propósito letal. El mate herido había desaparecido. En su lugar estaba el Alfa, el juez y el verdugo.
Se levantó con brusquedad, su movimiento fue tan repentino que me hizo retroceder. Le escuché gritar órdenes y la puerta se abrió de golpe.
—Dorian —su voz sonó como un trueno contenido—. Te quedas con ella. Asegúrate de que no le falte nada. Es una orden. —mi hermano asintió sin mediar palabra.
Luego, Rheon se dirigió al umbral de la puerta, donde el guardia mayor esperaba con el rostro pálido, inmóvil como una gárgola. La voz de Rheon fue la promesa de una muerte inminente. —Busca a Syrah. Tráela a mi despacho. Ah