Narrado por Ragnar
El aire de la sala del consejo estaba cargado. Podía sentirlo en cada mirada fija y en cada susurro apagado que se deslizaba entre los miembros reunidos. La cabaña del consejo, la más grande de todas, estaba iluminada únicamente por el fuego de la gran chimenea central, que proyectaba sombras danzantes en las paredes de madera. Era un espacio solemne, reservado para decisiones de gran importancia, y hoy el peso de esa importancia recaía sobre mí.
El consejo de ancianos de la manada estaba compuesto por los lobos más viejos y sabios, o al menos así se autoproclamaban. Sentados en un semicírculo frente a mí, sus rostros estaban marcados por arrugas, pero también por una dureza que solo los años de liderazgo podían esculpir. Cada uno tenía su propio rol, pero en este momento, todos parecían unidos en su descontento hacia mí.
—Ragn