Entré en mi habitación sintiéndome extraña.
Había algo en la despedida con Lucian que no podía definir con claridad, pero me dejó una sensación incómoda en el pecho. Algo había cambiado. No sabía si era en él, en mí… o en los dos.
Suspiré y sacudí la cabeza, tratando de despejarme.
Me dediqué a organizar mi ropa dentro del armario. Aunque la cabaña era hermosa y reconfortante, el hecho de que tuviera que esconderme aquí por seguridad seguía molestándome. Después de un rato, decidí que lo mejor sería dormir.
Me metí en la cama y cerré los ojos. Pasaron cinco segundos. O al menos eso sentí antes de abrirlos de nuevo. Pero ya no estaba en mi habitación.
Estaba en la parte trasera de la cabaña, descalza, con un simple camisón blanco que flotaba con la brisa nocturna.
A mi alrededor, el cielo estaba cubierto de cientos de hilos dorados que se entrecruzaban en una maraña infinita. Brillaban con una luz tenue, moviéndose lentamente como si fueran guiados por un viento invisible.
Pe