99. Cacería de bruja
El día siguiente amanecí despertando con el hermoso color ámbar filtrándose por la ventana. El sonido de las olas a lo lejos era relajante; lo mejor era cómo me sentía en ese instante. Ahora, después de salir de Australia, todo se percibía más liviano: no había cámaras, flashes ni preguntas, solo nosotros. Además, en esa habitación se respiraba una paz que me recordaba mi vida antes del caos mediático.
Tal vez era la brisa de la isla que se colaba por la ventana abierta… o quizá la manera en que Edward se levantó con una sonrisa inmensa, saltando en la cama como si fuera un trampolín, de tal forma que parecía que estábamos en un parque de diversiones. Ese día sería especial para nosotros, pues había convencido a Brian de algo que le arrancó una sonrisa: ¡iríamos al acuario! Tenía fascinación por esos majestuosos lugares y me encantaba vivir dentro de ellos si pudiera. En Australia iba de vez en cuando, pero en mi mente planeaba visitar cada acuario de los lugares que recorríamos. Mi o