—Cariño, ¿de verdad puedes montar este caballo? —preguntó con ligero nerviosismo.
—Claro que sí, Brian, tengo una licencia para montar caballos —reí para intentar ocultar mis nervios.
Habíamos llegado a la villa de los señores Castillo esa misma mañana, donde el patriarca, con elegancia, nos dijo que ya no teníamos que quedarnos si no queríamos, pues no le vendería a nadie más. Esa mañana fue un caos, porque descubrimos que una de las chicas había sido pagada para actuar y otra, sobornada.
Llegamos ese día a la una de la tarde, y me di cuenta de que tenían caballos… y yo tenía una obsesión con ellos. Había visto tantas películas que quise montarme en uno. Brian no estaba muy seguro, por lo que, a pesar de ayudarme a subir, no estaba convencido.
—No tienen de qué preocuparse, los caballos suelen ser muy dóciles.
—¿Ves? Y tú te preocupas por nada, Brian.
Ligeramente emocionada, golpeé al caballo con los pies y este comenzó a correr. Con toda la fuerza que podía reuní, me sujetaba como