48. Amar y ser amada
El toque en la puerta hizo que me levantara con pesadez. Brian estaba completamente dormido. Los últimos dos días los habíamos empezado encerrados, donde comíamos, veíamos películas, disfrutábamos de hablar y, tras eso, pasábamos horas juntos. Nos propusimos salir, pero siempre terminábamos cediendo a nuestros cuerpos.
Me cubrí con una bata y abrí con delicadeza la puerta. Al ver que era la señora María, rodé ligeramente los ojos, nerviosa. Esperaba, muy dentro de mí, que no fueran a corrernos por la noche anterior. Brian quiso andar de creativo y estaba buscando las poses del Kamasutra que nunca había probado, para ver cuántos orgasmos podía resistir antes de caer inconsciente.
—Querida, ¿cómo están? Digo… porque andan disfrutando su luna de miel adelantada.
Su insinuación me hizo reír, ligeramente nerviosa. —Lo siento, señora María.
—Ay, no, aquí entre nosotras: ustedes dos son los únicos que parecen una pareja de verdad —asintió con complicidad—. Quiero saber si tienes tiempo pa