43. Girasoles
El aroma floral era delirante.

El viento movía las flores de un lado a otro en un vaivén constante.

El sol, a pesar de estar en su punto más alto, no quemaba; era cálido.

Dejé escapar una sonrisa al ver que estábamos en un hermoso campo de girasoles. Giré con ligereza la cabeza, notando que Brian mantenía una calma serena.

—¿Brian…?

—¿Te gusta? —preguntó con suma tranquilidad.

El campo de girasoles vibraba suavemente de un lado a otro.

—Es precioso —tomé ligeramente su mano.

—Perfecto, pues tendremos un picnic aquí.

Me guió hacia una parte alta del campo, donde había un árbol. A su sombra, nos esperaba una manta con una canasta. Nos sentamos, sintiendo el viento acariciar mi rostro.

—Brian, ¿cuándo encontraste este lugar?

—Es un secreto —abrió la canasta, sacando dos copas y pasándome una—. Solo espero que te guste —llenó ambas copas con champán, con elegancia, y levantó la suya, mirándome fijamente—. Brindemos.

Movía la copa con mucha delicadeza.

—¿La habrás
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