40. No volver a trabajar contigo
La tensión se podía cortar con un cuchillo. Densa como si fuera líquida. La mirada entre ambos era brutalmente visceral. Brian, a pesar de mantener su aire elegante, tenía su característico tic en el ojo, mientras Jacob conservaba una compostura casi insultantemente calmada.
—Brian, he escuchado cosas sobre tu abuelo por parte de Leonard —dijo Jacob, sereno.
Aquello bastó para que la electricidad entre ellos se congelara. Brian no dijo nada; me miró de esa forma que uno usa cuando quiere hacer desaparecer algo lo más rápido posible. Sacó cien dólares, sin apartar su mirada gélida —esa que no sabes si va a gritar o a hacer algo peor—, respiró lento, intentando no perder el control.
—Laurent, quiero que me compres una docena de pastelillos de vainilla, una caja de brownies, tres docenas de galletas y una docena de los pudines de banana de la pastelería Magnolia —Movió con elegancia los cien dólares—. ¡Pero ya!
Su grito sonó como el rugido de un león. Él, que nunca gritaba y siempre mant