39. Es un regalo

Mis tacones resonaban sobre el mármol del restaurante. Elegante. Costoso. Se había alquilado en su totalidad. Llegué, no porque quisiera humillarla, sino para que supiera que no tenía miedo. Me dirigí a la única mesa ocupada. Ella levantó el rostro, mostrando una sonrisa cruel.

Victoria.

Me senté, crucé los brazos y sostuve su mirada, una que no aceptaría pataletas. Victoria pareció entender mi mensaje silencioso y frunció el ceño, una mueca que le desfiguró el rostro.

—Habla. Tienes cinco minutos, porque debo volver al trabajo antes de las doce.

Mi comentario pareció darle armas para burlarse. Se rió. No de felicidad, sino con una sonrisa seca, burlesca, altanera.

—Pues claro, como tu trabajo es ser una simple secretaria —dijo con mofa.

—¿Solo para esto me llamaste? Digo, para irme ya, porque tengo asuntos más importantes.

—Un pajarito me dijo que el señor Michael fue a verlos y casi le quita el poder a Brian.

¿Michael? Seguramente se refería a su abuelo. La miré seria; no pensaba de
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