Había un letal silencio, interrumpido solamente por el sonido de las vacas. Cristian y Matthew me escudriñaban con odio; Brian lo hacía de manera indescriptible. Jacob fue el único que rompió esa tensión, acercándose a mí, tomándome de la mano y dándome un beso delicado en mi mano. Logró hacerme que me sonrojara.
Era imposible no hacerlo, siempre fue un encantador.
—Aunque todos se quejen —Jacob habló con esa calma letal que lo caracterizaba—, si estuviera en esta granja con Laurent a solas, sería el hombre más feliz del mundo. No hay duda de eso.
A pesar de que su tono era sereno, había un aire de malicia en él. Brian entrecerró los ojos, acercándose a nosotros. Con un gesto elegante, me hizo girar ligeramente, tomó mi mano y la limpió con una servilleta que tenía en su bolsillo.
—No te dejes engañar. No voy a dejarte a solas con mi secretaria —su voz, aunque tranquila, tenía ese tono tan suyo que ya debería tener registrado como marca personal. Sujetó mi mano como si fuéramos pareja