61. Renunciando

—¿Ahora si crees que soy tu mujer? ¿Ahora sí luego de…? —Gladys no puede continuar. Juan Pablo la besa como últimamente le encanta hacerlo. Dejarla sin aire, y, sobre todo, arrancarles las fuerzas. Las manos en su cintura la afianzan para sentarla en la mesa—. ¿Qué estás haciendo? —se límite a decir con la presión en su garganta, difícil de digerir porque los labios de Juan Pablo la besan para hacerla ceder a sus ansias—. Juan Pablo.

—Di mi nombre —él le exige con dureza, usando su mano para manosear su cuerpo—. Dilo.

—Juan Pablo —y Gladys responde. Y ahora es una tonta. Un beso de Juan Pablo significa navegar en las nubes, y ella no puede pensar en más nada salvo sus labios.

—Dilo otra vez —Juan Pablo vuelve a besarla, y con rudeza, intenta quitarle algo de su ropa para besar su cuello—. Quiero que lo digas, quiero que recuerdes mi nombre cuando vuelvas a pensar en casarte con otro hombre que no sea yo. Porque yo soy tuyo, y tú eres mía. Así que vas a dejar de decir una estupidez así
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