Mientras tanto, en la vieja casa Valdivia, don Sebastian seguía en su sillón de cuero, mirando la transmisión en la televisión antigua del salón. Cuando vio el disparo, no se inmutó. Solo suspiró con pesar y murmuró:
— El karma llega rápido… demasiado rápido.
Y bebió un sorbo de su whisky sin hielo.
Pero entonces, bajó la mirada y vio el sobre sobre la mesa, que alguien había dejado esa mañana. Lo abrió. Dentro, una fotografía impresa: Elena saludando a inversionistas chinos en secreto. Un nombre anotado al dorso: Sebastián V. Y una nota manuscrita: "El problema no es ella. Es lo que tú escondiste todos estos años."
Don Esteban frunció el ceño. Por primera vez en años… sintió miedo.
En el hospital, horas después, Alexander reposaba en una camilla, con una venda en el hombro. Elena, aún con la ropa manchada de sangre, estaba sentada junto a él.
— Eres un idiota — dijo, sin mirarlo.
— Lo sé — sonrió él, con dificultad.
— Podrías haber muerto.
— Pero no lo hice. ¿Sabes por qué?
Ella leva