Paz y Randall terminaron de comer bajo un cielo estrellado.
La noche estaba en calma, pero algo en el aire se sentía tenso, como si la paz que los rodeaba fuera una ilusión.
Randall se puso de pie, sus movimientos rígidos, casi nerviosos, y tomó la mano de Paz con suavidad.
—Ven, quiero mostrarte algo —dijo con una sonrisa que parecía esconder un torbellino de pensamientos.
Paz, intrigada, lo siguió hasta el jardín.
Las flores despedían su fragancia nocturna, y las estrellas brillaban con intensidad sobre sus cabezas.
Randall se detuvo en un punto donde la luz de la luna bañaba todo con un resplandor casi mágico.
—Paz… ¿Puedo pedirte un favor?
Ella lo miró, algo desconcertada por el tono de su voz.
—Claro —respondió con una pequeña sonrisa.
—Cierra los ojos.
Paz dudó por un instante, sintiendo un cosquilleo extraño en su pecho, pero finalmente accedió.
Cerró los ojos, mientras el corazón le latía con fuerza, aunque no sabía la razón o si era por un presentimiento extraño que no lograba