Paz sintió un vacío en el pecho, una sensación de que algo no estaba bien.
Tomó su cartera y miró a su alrededor.
—¡Niñas! ¡Mila! ¡Mía! ¡Es hora de irnos! —llamó mientras se dirigía al jardín donde las había visto por última vez.
El silencio que le respondió hizo que su corazón empezara a latir con fuerza.
Algo no estaba bien.
—¡Mila! ¡Mía! ¡Respondan, por favor! —gritó mientras revisaba desesperada detrás de los arbustos y los árboles.
Su voz se quebró.
El miedo comenzó a apoderarse de ella, mezclado con culpa.
Había perdido de vista a sus niñas, las luces de la noche caían sobre el jardín como un manto lúgubre.
—¡Dios mío, no! ¡Por favor, no! —sollozó, sintiendo que la garganta se le cerraba.
***
Dentro del auto, Mila y Mía estaban acurrucadas en los asientos traseros.
Sus pequeños corazones latían con emoción, pero también con el nerviosismo típico de un secreto.
—¿Crees que nos descubran? —preguntó Mía en voz baja mientras intentaba no moverse demasiado.
—¡Shh! Nadie nos vio, somos