—¡No, no puedo abortar! No puedo dañar a mi hijo.
Vivian sintió un nudo en la garganta, apenas terminó de pronunciar esas palabras. Su pecho subía y bajaba con fuerza, intentando procesar lo que estaba pasando.
La doctora la observó con una sonrisa tranquila, como si ya hubiera visto esa reacción muchas veces antes.
—Entonces, debes cuidarte para que tu bebé crezca sano y fuerte —dijo, extendiéndole unas vitaminas—. Habla con el padre, verás que todo saldrá mejor de lo que piensas.
Vivian asintió lentamente, con las manos temblorosas tomó las medicinas y salió del consultorio en silencio. Su mente era un caos.
Una brisa fría le rozó la piel al salir del hospital, pero no la sintió. Solo podía pensar en una cosa.
Las palabras de la doctora golpeaban su mente una y otra vez.
"Habla con el padre."
«¿Cómo puedo decirle la verdad a Gabriel sin que me odie?»
El miedo la invadió de inmediato.
«Él estaba ebrio… yo no. Yo debí detenerlo, pero no lo hice. Fui débil.»
Sus pasos se volvieron errát