Mila y Aldo estaban en la sala de ultrasonido, tomados de la mano, con el corazón latiendo a toda velocidad.
El embarazo había llegado a casi siete meses, y aunque para muchos el tiempo parecía volar, para Mila era como si cada día se arrastrara con una lentitud desesperante.
Esperaba con ansias la llegada de su pequeño, contando las semanas, los días, las horas.
La doctora pasó el gel frío sobre su abdomen y comenzó a mover el transductor con suavidad.
La pantalla cobró vida con la imagen de su hijo, y Mila sintió un nudo en la garganta.
Cada latido del corazón del bebé resonaba en la habitación como una melodía sagrada, fuerte y firme, llenando cada rincón con su existencia.
—Todo va muy bien —anunció la doctora con una sonrisa—. Su pequeño niño está creciendo fuerte y sano.
Mila dejó escapar un suspiro entrecortado. Su pecho se infló de alivio y felicidad.
Aldo, sin poder contener la emoción, llevó la mano de su esposa a sus labios y la besó con ternura. Sus ojos brillaban con una m