Vivian se alejó lentamente, rompiendo el beso con una mezcla de confusión y resentimiento.
La distancia entre sus cuerpos era palpable, pero más aún lo era la tensión que se había instalado entre ellos, como una muralla imposible de derribar.
Sus miradas se encontraron, y en el fondo de los ojos de Gabriel, ella pudo ver el peso de la culpa, ese dolor que tanto deseaba ocultar, pero que era imposible ignorar.
—No he dicho que te perdono, Gabriel —su voz salió baja, como un susurro quebrado que traía consigo todo el daño acumulado, toda la tristeza que había guardado por tanto tiempo—. Y no quiero perdonarte, me heriste de una forma que no sé si podré olvidar.
Las palabras de Vivian cortaron el aire como un cuchillo afilado.
Gabriel tragó con dificultad, como si un nudo se formara en su garganta, impidiéndole hablar.
Quiso decir algo, pero las palabras se le morían en los labios.
—Lo sé —admitió él finalmente, con la voz rota, cargada de arrepentimiento—. No voy a obligarte a que me per