Cuando los padres de Gabriel llegaron, él no tuvo más opción que enfrentarse a la realidad.
Su corazón palpitaba desbocado, pero sabía que ya no podía ocultar lo que había hecho, lo que había provocado.
Con voz quebrada, les explicó la situación. Su madre lo miró con una tristeza profunda, una decepción que no podía ocultar, pero también con la fuerza de una madre dispuesta a hacer lo que fuera necesario para proteger a su familia.
Paz, por su parte, decidió visitar a Vivian. Aunque Vivian solo la conocía de vista, siempre había admirado a la mujer que había sido clave en tantos avances científicos, a la que se le atribuían descubrimientos que cambiaron la vida de miles.
Entró con pasos firmes, pero con una suavidad en la mirada que delataba su verdadera intención: ofrecer apoyo.
—Vivian, quiero pedirte una gran disculpa en nombre de mi hijo. No es el hombre que crie, y estoy profundamente decepcionada de él —comenzó Paz, su voz temblorosa pero decidida—. Pero quiero que sepas que lo h