En la suite del hotel.
Eugenio estaba sumido en una tormenta de pensamientos, su cuerpo tenso, su alma desgarrada.
—¡Mía nos engañó! ¡Es una Eastwood, una mujer egoísta! —exclamó María, su voz llena de veneno—. ¡No quiso compartir su riqueza, ni ayudarte en nada!
Eugenio sintió cómo la furia lo envolvía.
Era como si el mundo entero le estuviera dando la espalda, y la figura de su madre se alzaba como una pared de hielo entre él y el único ser que le había brindado apoyo en su vida.
—¡Cállate, mamá! —gritó, la furia estampándose contra las palabras—. Ella me ayudó, estuvo a mi lado, apoyó mis proyectos, siempre estuvo conmigo. No hables mal de Mía, esto es mi culpa por permitir que tú y Leslie le hagan daño. ¡Ella no lo merece!
María lo miró con desprecio.
—¿Qué? ¡Ella debe darte una compensación por el divorcio! Hermano, sé listo, quítale mucho dinero, ¡lo merece! —dijo Leslie
Las palabras de su hermana, tan frías y calculadoras, fueron la gota que colmó el vaso.
Eugenio se giró brusca