—¡¿Casarnos en un mes?! —Mila sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras miraba a Aldo con incredulidad.
Aldo sonrió con confianza, como si su propuesta fuera la cosa más natural del mundo.
—Ya nos conocemos, Mila. ¿Qué más hay que esperar?
Las palabras resonaron en su cabeza como un eco hueco. No sabía qué decir. No sabía cómo reaccionar.
Terrance, su padre, se acercó y rodeó con un brazo a Aldo, con una sonrisa de satisfacción.
—¡Estoy tan feliz por esta noticia! —dijo con orgullo—. Aldo, confío en ti, hijo. Sé que cuidarás de mi Mila, que la alejarás de cualquier patán que intente lastimarla.
Mila sintió un nudo en la garganta. Sus ojos buscaron una salida, un escape.
—Yo… quiero irme a casa. Me siento cansada.
—Yo te llevaré —se apresuró a decir Aldo—. Si tu papá lo permite, claro.
Terrance asintió con confianza, como si ya todo estuviera decidido.
Y Mila no tuvo más opción.
El camino a casa fue silencioso, cargado de una tensión que podía cortarse con un cuchillo.
Cuando