Arly llegó a casa, sumida en la tormenta que su mente no podía dejar de repetir.
En su habitación se despojó de sus ropas con furia y se sumergió en un largo baño.
Al salir del baño, el espejo reflejaba a una mujer que ya no conocía.
Se vistió, pero el peso de lo que había hecho, la incertidumbre sobre su futuro, todo la abrumaba.
Una empleada entró en la habitación, rompiendo su trance.
—Señorita Arly, Francisco la espera en el salón.
El simple nombre de Francisco hizo que un nudo se apretara aún más en su estómago.
¿Cómo iba a mirarlo a los ojos después de todo lo que había pasado?
Tomó aire, intentando calmarse antes de bajar.
La ansiedad la invadió por cada paso que daba hacia el salón.
Pero, al verlo allí, esperando con esa mirada tan segura de sí mismo, todo lo que había planeado decirle se desvaneció.
—Francisco, yo… creo que debemos posponer la boda —dijo, su voz temblando con la angustia de no saber cómo afrontar lo que estaba a punto de suceder.
Los ojos de Francisco se tor