Terrance levantó a Paz con delicadeza, como si sostuviera un cristal a punto de romperse.
Sus manos temblaban, su corazón martilleaba en su pecho mientras la colocaba suavemente sobre la cama del hospital.
La enfermera y el doctor llegaron a toda prisa, pero él no quería soltarla. No podía.
—Señor, debe salir —indicó el médico con tono profesional.
Terrance apretó los dientes, su mirada oscura y tormentosa recorrió el rostro pálido de Paz antes de asentir y retroceder, obligándose a salir de la habitación.
Apenas la puerta se cerró tras de sí, se encontró de frente con Randall.
La furia le recorrió el cuerpo como un relámpago.
—¡Vas a pagar por esto! —rugió, lanzándose sobre él.
Randall no tuvo tiempo de reaccionar cuando un puño lo golpeó directo en la mandíbula, haciéndolo tambalearse.
No se defendió. No está vez.
—¡Nunca has querido a Paz! —bramó Randall, fulminándolo con los ojos—. Siempre quisiste a tu adorada Deborah, quédate con ella, pero olvídate de Paz.
Randall se llevó una