—¡Ella, Arleth es una serpiente! —exclamó Mia, con la voz cargada de furia y desesperación—. Necesito grabar lo que dices, tu hermano debe saber la verdad o arruinará su vida.
Gabriel asintió con determinación y se acercó al celador.
Sacó más dinero de su billetera y lo deslizó en las manos de los celadores, con una mirada intensa que no admitía negativas.
El hombre dudó por un momento, pero el brillo de los billetes disipó cualquier objeción.
Brandon, en cambio, asintió lentamente y, con un suspiro pesado, aceptó hablar frente a la cámara del móvil.
Mia no perdió el tiempo.
Su corazón latía con fuerza mientras grababa la confesión de aquel hombre, cada palabra que salía de su boca era como un cuchillo desgarrando los recuerdos que alguna vez la hicieron feliz.
—Eugenio… si escuchas esto, por favor, no cometas el peor error de tu vida. Arleth te ha manipulado desde el principio. Todo ha sido una mentira... —la voz temblorosa del celador quedó registrada en el video, su expresión sombrí