Terrance regresó a la habitación con pasos firmes, pero en su interior se sentía temblar.
Se acercó a la cama donde Paz yacía ahí, su piel pálida y su expresión cansada.
Sin decir una palabra, la tomó en sus brazos con delicadeza, como si temiera romperla, y la llevó al cuarto de baño.
Ella no se resistió, pero su corazón latía con fuerza.
Cuando la colocó de pie, sus cuerpos quedaron tan cerca que pudo sentir su aliento acariciar su piel.
Con movimientos pausados, Terrance comenzó a quitarle la ropa, su tacto era tan suave como el de un amante temeroso de perder lo único que le daba sentido a su vida.
Paz se estremeció con cada roce, su respiración se volvió errática.
Entonces, sus miradas se encontraron.
El tiempo pareció detenerse en ese instante. No había palabras, solo el eco de sentimientos contenidos, de recuerdos que dolían y de un amor que, a pesar de todo, seguía ardiendo con la misma intensidad.
«Terrance… ¿Por qué te casas con ella? ¿Te están obligando? Antes la amabas a el