Los hombres de Randall y Terry golpeaban sin piedad a los secuestradores, desquitando en ellos la furia contenida.
Sin embargo, Randall alzó una mano, deteniéndolos. No bastaba con hacerles pagar a golpes, él necesitaba respuestas.
Tomó un arma y la apuntó directamente a la cabeza del hombre que se retorcía en el suelo con la pierna sangrando.
Su voz fue un rugido.
—¡Ahora mismo, malditos! ¿Quién ordenó el secuestro?
El sujeto tembló y tragó saliva.
La sangre empapaba su pantalón, y su respiración era errática.
—¡Fue una mujer rica! ¡Dijo que se llamaba Patricia! Nos pagó para matar a la señora Eastwood.
Randall sintió que el estómago se le revolvía. Patricia.
Su prometida, la mujer con la que querían obligarlo a casarse, esa que llamaban perfecta, era una cruel criminal… ¿Ella había ordenado esto?
—¿Alguien más sabía de esto? —su voz era baja, peligrosa.
En ese momento, Martín entró y escuchó con claridad la confesión.
El otro secuestrador, aterrado, habló sin pensarlo dos veces.
—Tra