—¡A partir de hoy, te quiero fuera de mi vida para siempre, Deborah! —rugió Terrance con furia—. Y tú también, David. Ya no seremos socios. ¡Largo de aquí!
David y Linda palidecieron, mientras Deborah se derrumbaba en lágrimas.
—¡No me hagas esto, Terry! —sollozó ella—. ¡Estoy embarazada!
El silencio cayó como una losa en la habitación.
Pero los ojos de Terry estaban llenos de desprecio.
—Ya no te creo, Deborah —escupió con frialdad—. Quizás ese hijo no sea producto de un ataque, sino de una aventura.
Deborah se quedó sin palabras, su rostro descompuesto por la incredulidad.
¿Cómo podía dudar de ella cuando siempre creyó en sus mentiras?
A unos metros, Martín había presenciado toda la escena.
Bajó la mirada, sorprendido.
Quería intervenir, quería defender a la mujer que amaba, pero cualquier palabra dicha en vano podría traer la ruina para todos.
Así que se quedó en silencio, sintiendo cómo su corazón se partía en mil pedazos.
En ese instante, la puerta se abrió de golpe y un doctor en