—¡¿Qué dices?! ¡Paz escapó con mis hijas! —Terrance sintió que la sangre se le helaba. Su mandíbula se tensó, su respiración se volvió errática—. ¡Encuéntrenla! ¡No me importa cómo lo hagan, pero la quiero de regreso a mi lado!
El teléfono casi se resbaló de su mano, y su corazón latía tan fuerte que podía escucharlo retumbando en sus oídos.
«Paz, ¿por qué me haces esto? ¿Cómo puedes arrancarme a mis hijas de esta manera?», pensó con desesperación.
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el auto. Martín iba tras él, con el ceño fruncido.
—Señor, debe calmarse…
—¡No me digas que me calme! —rugió, abriendo la puerta del coche de golpe—. Eres un inútil, ¡no debiste alejarte de mi esposa e hijas!
Martín tragó saliva y se subió sin discutir.
Al llegar a la mansión Eastwood, Carter ya los esperaba, cambiando de lugar para tomar el volante.
—Martín, toma otra ruta. Carter y yo intentaremos un camino distinto.
Solo quedaban tres guardias con ellos. Terrance apenas podía pensar con claridad.
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