—Señor, no encontramos a la mujer… No está por ningún lado en el puerto.
El corazón de Gabriel se hundió en un abismo. Su pecho se encogió en una mezcla de incredulidad y rabia ciega. Sus puños se cerraron hasta que sus nudillos palidecieron.
—¡Maldición! —rugió, su voz retumbando en la noche como un trueno.
Sintió un escalofrío recorrerle la columna. Miedo. Algo que no solía permitir en su vida, pero que ahora lo consumía como un veneno lento.
«Vivian… No puedes hacerme esto. No puedes alejarte de mí… ¡No puedes llevarte a mi hijo!»
Su respiración era errática, sus pensamientos, un torbellino de desesperación.
—¡Búsquenla! —ordenó con furia—. ¡Revuelvan cada rincón de esta maldita ciudad y tráiganmela! ¡Quiero verla aquí, frente a mí!
Pero el mar ya la había reclamado… y ella estaba lejos.
***
Vila Real de Santo Antonio era un pequeño pueblo costero, con casas de techos bajos y calles empedradas que olían a salitre.
Vivian bajó del barco con el cuerpo adolorido y el alma hecha pedazos