Vivian sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Su respiración era errática, su pecho subía y bajaba con rapidez, y sus manos temblaban al aferrarse instintivamente a su vientre.
—¡No puedes hacer esto! —suplicó con la voz quebrada—. Por favor… yo no hice nada malo.
Pero la furia en los ojos de Gabriel era implacable, dos pozos oscuros que la atravesaban con un juicio cruel.
—¡No mientas! —bramó, avanzando hacia ella como un depredador, acechando a su presa—. Lilian ya lo admitió. ¡Admítelo tú también! Sabes que es verdad. Te acercaste a mí solo para ayudar a un loco con su venganza, pero cuando supiste que era muy rico, decidiste meterte en mi cama para luego chantajearme.
Vivian negó con la cabeza, su rostro pálido, sus labios temblorosos.
—No sé de qué diablos hablas… —susurró, intentando mantener la compostura—. Estás loco.
—Primero quiero saber si ese hijo es mío —dijo él, su tono impregnado de veneno—. Pero si lo es… te encerraré hasta que des a luz. Y después, te lo arr